Filosofía política

Meritocracia: creando sociedades más desiguales

Por Walter Calabrese*

El trabajo busca reconstruir los debates que se fueron dando en torno al principio del mérito en la sociedad actual y cómo su aplicación puede acentuar las desigualdades en el marco impuesto por el libre mercado.

Si una persona se pregunta cómo encuentro mi lugar en el mundo, debería, en primer término, examinar en qué sociedad se encuentra, desde qué lugar inicia su camino, con qué recursos culturales y económicos cuenta, qué oportunidades tiene en función de su posición social y étnica, qué recursos intelectuales posee para evaluar sus elecciones y circunstancias. También, en esa reflexión, necesita dar cuenta de que vive en una sociedad fundada en serias desigualdades. Cuando afirma Kymlicka “resulta inhumano negar que las circunstancias desiguales crean injusticias”, se refiere a los “intentos de los libertaristas por demostrar que la pobreza no supone una limitación a la libertad o a la propiedad sobre uno mismo, tan sólo revela cuán débil es su defensa del libre mercado”. (1)

El libertarismo siempre ha defendido las libertades de mercado y la exigencia de evitar que el Estado se entrometa en las políticas sociales y de intercambio económico. Por ello, tradicionalmente se han opuesto a planes de redistribución impositiva como herramienta para favorecer “una teoría liberal de la igualdad”. (2) Si bien no todos los que apoyan el libre mercado son libertarianos, puesto que unos pocos comparten que “el mercado libre es inherentemente justo”. (3). En el sentido más estricto de la defensa de un capitalismo sin restricciones aparece el argumento de que su productividad representa el máximo de la eficiencia para incrementar la riqueza social. Otros, según el análisis de Kymlicka, “defienden el capitalismo no porque maximice su utilidad, sino porque minimiza los riesgos de tiranía”. (4) Desde esa mirada, Hayek sostenía que cuando se le da a un gobierno el poder de regular los intercambios económicos se centraliza críticamente el poder, y que por ello deriva en una “ruta hacia la servidumbre”, creía que “las libertades capitalistas son necesarias para preservar las libertades civiles y políticas” (Hayek, 1960. p.121).

Esos enfoques relacionados con la defensa a ultranza del libre mercado no se corresponden con las profundas desigualdades que han vivido y sufrido distintas sociedades bajo el imperio del neoliberalismo. Kymlicka nos recuerda que la historia, como fiel testigo, “no revela ningún vínculo invariable entre capitalismo y libertades civiles”. Los Estados Unidos han tenido un triste historial en materia de derechos humanos a pesar de tener un capitalismo abierto y sin restricciones (macartismo, guerra de secesión, esclavitud, discriminación de minorías étnicas, persecución de latinos en la frontera sur), mientras que, en otros países, como Suecia, en donde prevalece un Estado de Bienestar, se han respetado los derechos civiles y políticos. Esto deja entrever que los mercados por sí mismos no generan bienestar social ni garantizan un pleno ejercicio del estado de derecho. El hecho de que en el libre mercado predomine el interés particular por sobre el bienestar general demuestra que es imposible que pueda sostenerse sin la mirada de un Estado presente que pueda monitorear y preservar las necesidades de la población. Claro que esta propuesta choca con el enfoque del libertariano Nozick, quien sostenía la idea de un Estado mínimo, el cual sólo debía garantizar cuestiones básicas como seguridad y acatamiento de las leyes. Para el jurista alemán, la redistribución no puede comulgar con el libre mercado, pues para él afectaría los derechos y libertades individuales. Cree fervientemente que un gobierno no tiene derecho a intervenir en el mercado, ni siquiera con el objeto de incrementar su eficiencia. En respuesta a esa mirada, Kymlicka responde:

“Siempre que alguien trate de defender el libre mercado, o algún otro concepto, basándose en la libertad, deberíamos exigirle que especifique qué personas son libres de hacer qué tipos de actos, y luego preguntarle por qué tales personas tienen una pretensión legítima sobre tales libertades, esto es, qué intereses promueven estas libertades, y qué concepciones de la igualdad o de las ventajas nos dicen que tenemos que atender a dichos intereses de tal modo”. (5)

Ahora bien, ante esos desajustes y desigualdades que produce un libre mercado acéfalo, que se maneja sin control alguno, aparecen distintos enfoques y teorías para equilibrar la igualdad de oportunidades o posiciones ante lo que propone una sociedad basada en la meritocracia. La variante de igualdad de oportunidades conocida como acción afirmativa propone dar un trato preferencial a ciertos sectores sociales postergados que quedan relegados en el momento de definir su acceso a posiciones sociales más ventajosas. Esta propuesta genera algunas controversias, puesto que pone en cuestión si es legítimo discriminar a unos, los más aventajados, para favorecer a otros, los más relegados. En esta discusión se presenta la filósofa norteamericana Iris Marion Young en una postura doblemente crítica, polemiza con los detractores liberales de la acción afirmativa, pero también cuestiona la manera habitual en que se la defiende, al relacionarla con una compensación por discriminaciones históricas.

Para Young, el enfoque liberal clásico que se centra en la cuestión de la distribución de las posiciones sociales ventajosas aparece como limitado, puesto que mantiene “intactas, sin cuestionar, estructuras sociales y contextos institucionales de base”, que habitualmente son la verdadera base de la injusticia social. La autora enfatiza que la injusticia no debe pensarse como una errónea distribución de posiciones, sino como algo más “profundo y comprensivo”, en donde la injusticia es vista como una cuestión de “opresión y dominación”. Al respeto, sostiene que “la dominación consiste en la presencia de condiciones institucionales que impiden a la gente participar en la determinación de sus acciones (…) La democracia social y política en su expresión más completa es el opuesto a la dominación”. (Young, 2000, p. 68)

Cuando Young defiende la acción afirmativa, al mismo tiempo inicia una crítica al mérito, un concepto que lo vincula directamente con aquella y con la igualdad de oportunidades. En esa revisión, objeta que en la acción afirmativa se pase por alto el principio del mérito, que en el caso de la igualdad de oportunidad (IO) suele adherir a tal paradigma de retribución social. Así, las concepciones de la IO son claramente meritocráticas, porque proponen una especie de carrera o competencia en donde “los mejores” deberían acceder a cargos y posiciones relevantes conforme a su idoneidad y mérito, sin que otros factores de poder influyan. Esa concepción que supone la idea de un mérito personal, en el que se podría incluir un talento desarrollado por el entrenamiento, el esfuerzo o ambiciones personales acertadas, pueden generar desigualdades legítimas que pueden ser bien vistas dentro de ese paradigma meritocrático. Esas referencias empujan a Young a pasar de la reflexión de las políticas de acción afirmativas a un debate sobre la idea de mérito.

El concepto meritocracia había sido propuesto por el sociólogo británico Michael Young en 1961, en su libro The Rise of the Meritocracy. La obra es una crítica a la elitización de la sociedad que se emplazaba desde el área educativa, y que ese proceso desembocaría en la meritocracia, un régimen que pondría en primer lugar a las aptitudes por encima de cualquier otro enfoque distributivo. En ese esquema de sociedad basados en la preeminencia de los talentos, puntajes de exámenes y las buenas calificaciones, se cimenta una fórmula exclusivista que propone un orden en donde el coeficiente intelectual más el esfuerzo da como resultado el mérito. Para Young. este esquema es una manera de validar y autenticar las ventajas que obtienen las clases dominantes, lo que alimenta y profundiza la desigualdad social, puesto que quienes han quedado sumergidos en la pobreza pueden quedar relegados por factores geográficos, mala alimentación, dificultades de acceso a los sistemas de salud, falta de conectividad y acceso a espacios digitales.

La meritocracia ha sido objeto de diversas críticas en las últimas décadas, por derecha, el libertariano Friedrich Hayek considera que cualquier patrón preconcebido de distribución es inaceptable. Para él, la concepción meritocrática no puede convivir con la libertad. También objeta la cuestión de la objetividad de los juicios sobre el mérito, es decir, quién sería apto para calificar a otros, pues en ello se filtran consideraciones sobre lo que es el buen vivir, algo que trae controversias. Young esboza una crítica similar, pero proponiendo democratizar las instancias de definición y evaluación del mérito en vez de suprimirlo.

Parece infructuoso encontrar respuestas certeras sobre lo que es justo en sociedades tan desiguales. Más difícil, entonces, resulta aplicar el principio de mérito para detectar y favorecer el desarrollo de las calificaciones necesarias para poder competir con las mismas posibilidades en el acceso a los cargos más ventajosos. Algunos autores proponen que la aplicación del principio del mérito sólo puede resultar eficaz si se buscan espacios para igualar las oportunidades de formación y capacitación que le permitan obtener mejores resultados.

Otra crítica se dirige al método en que se evalúa o mide el mérito, pues quienes lo realizan no son ni pueden ser neutrales, sus valores, intereses prejuicios y rasgos específicos interfieren de una u otra manera en sus juicios. En este sentido, los criterios para encontrar al más “apto para ocupar una posición deben fijarse y aplicarse lo más democráticamente posible en un contexto de pluralismo” (Young, 2000). Aquí, se cuestionan las relaciones de poder que entran en cuestión al definir “qué cuenta como mérito, cómo medirlo y a quién atribuirlo”. Por otra parte, la autora sostiene que “el principio resulta central para legitimar una división jerárquica del trabajo en una sociedad liberal democrática que asume el igual valor moral y político de todas las personas” (Young, 2000, p.337). Luego dice:

“el principio del mérito afirma que esta división del trabajo es justa cuando ningún grupo recibe puestos de privilegio por nacimiento o derecho, o en virtud de características arbitrarias tales como la raza, la etnia o el sexo. La injusta jerarquía se reemplaza por una jerarquía natural del intelecto y la capacidad” (Young, 200, p. 337)

Young también refiere que “hay quien sostiene, además, que un principio de distribución conforme al mérito debería aplicarse solo después de que hayan sido satisfechas las necesidades básicas de todas las personas” (Young, 200, p. 337). Entre esas necesidades que hay que garantizar se encuentra en primer plano “el rendimiento educativo, que se ha transformado en el principal criterio de aptitud laboral” (Young, 2000, p 348). En ese sentido, aclara que “la promesa de la educación como un billete hacia la cima de la división del trabajo no se llega a realizar, porque el sistema jerárquico permite sólo la existencia de relativamente pocos puestos de privilegio, y el sistema de referencias funciona como guardián de estos puestos” (Young, 2000, p. 348). En el mundo laboral, el apellido o el hijo de alguien importante tiene mayor peso para abrir una puerta en un empleo, por lo cual, el principio de mérito se convierte en una falacia. Además, existen otros factores que distorsionan el criterio meritocrático, como afirma la autora:

“El dinero sigue siendo una importante fuente de discriminación. Las niñas y niños de clases medias y altas tienen mejores escuelas que los niños pobres y de clase obrera. Así, las primeras están mejor preparadas para competir por la admisión a la universidad. Si por casualidad alguien pobre y de clase trabajadora supera las pruebas de ingreso a la universidad, luego a menudo no puede pagar los estudios universitarios o la capacitación de posgrado que le podrían permitir alcanzar puestos de privilegio” (Young, 2000, p. 347)

Los límites morales del mercado: no todo es comercializable

En este enfoque se plantea la idea de que la moral exige la limitación del mercado y la anulación de ciertos mercados precisos. El debate se inicia con la obra de Michael Walzer, Las esferas de la justicia, publicado en 1983 y se completa, más tarde, en 2013, con el libro de Michael Sandel, Lo que el dinero no puede comprar. También es valioso el aporte de la filósofa estadounidense Debra Satz quien afirma que los mercados se están expandiendo a casi todas las áreas de nuestra vida. Esa intromisión de los mercados en la vida cotidiana y la persistencia del pensamiento pro mercado en aspectos que antes eran regidos por normas no comerciales sigue en expansión gracias a la publicidad y al discurso económico-político de las nuevas derechas. En ese relato, se suele invocar a la libertad y la eficiencia como valores asociados al libre mercado. Una frase de Nozick lo grafica muy bien: “no es correcto prohibir actos capitalistas entre adultos que consienten” (Nozick, 1988, p.165). Se escucha reiteradamente que los mercados promueven la eficiencia y permiten así aumentar el bienestar general. En sentido contrario, Satz indagará en el carácter nocivo y conflictivo de ciertos mercados específicos. Al referirse al igualitarismo general “reconoce que los mercados pueden producir una cantidad inaceptable de desigualdad social”. Cuando habla de igualitarismo específico, sostiene que aquí “la igualdad exige que la distribución de ciertos bienes no dependa en absoluto del mercado”.

Walzer criticará la teoría de la justicia igualitarista, pues indica que desprecia “la relevancia de los bienes y su significado social a la hora de evaluar la justicia de su distribución”. Por eso propone elaborar una “teoría de los bienes” que respete la significación social de cada bien dentro de una esfera de la justicia que tenga su propia lógica. Este punto de partida implica establecer límites a los espacios del libre mercado y el manejo de dinero que involucra (Walzer, 1993).

Si se sostiene la idea de que los bienes pueden determinar su distribución, puede concluirse que algunos bienes pueden ser desvalorizados o corrompidos por su sola comercialización en el mercado. Sandel y Satz dan ejemplos precisos de esas distorsiones cuando hablan de que no se pueden comprar la amistad, un premio Nobel, un título deportivo, o casos más degradantes como la venta de órganos y de bebés. Por ello, hay cosas que el dinero no puede comprar, argumento suficiente para ponerle límites a los tentáculos del mercado. Así, vistas las limitaciones que tiene el enfoque del igualitarismo específico, Satz propone distintas propuestas para dar cuenta de por qué el mercado no puede ni debe comercializar ciertos bienes. La autora parte del siguiente razonamiento: “un intercambio de mercado fundado en la desesperación, la humillación o la súplica, o cuyos términos de redención involucran la servidumbre o la esclavitud, no constituye un intercambio entre iguales”. Con ello deja en claro que detrás de estos mercados nocivos aparecen “problemas relacionados con la posición de las partes antes, durante y luego del proceso de intercambio” (Satz, 2015, p.17). Con ello plantea que es preciso obstruir los mercados nocivos o limitar sus funciones, de modo que las partes puedan ser consideradas iguales, haciendo hincapié, además, en la “necesidad de tener en cuenta otros valores, además de la eficiencia y la igualdad distributiva” (Satz, 2015, p.18). El funcionamiento de ciertos mercados nocivos puede “socavar el marco social necesario para que las personas interactúen como iguales, como individuos de igual posición” (Satz, 2015, p.20). La meritocracia también puede ejercer un poder asimétrico sobre otros ciudadanos, sabiendo que toda demanda de mercado se realiza sobre la base del interés propio y no del bien común. Recientemente la pandemia puso en primer plano la labor de laboratorios y especialistas para socorrer a la población mundial que sucumbía frente a un virus.

Una vez aprobadas las vacunas, los laboratorios vieron crecer su valor accionario en las Bolsas mundiales y generaron millonarias ganancias. No obstante, en marzo de 2021, varios países de bajos y medianos ingresos pidieron a la Organización Mundial de Comercio que establezca una exención de los derechos por patentes para poder producir masivamente y de manera accesible la vacuna contra el Covid-19. Los países ricos, entre ellos, Reino Unido, Suiza y EEUU, se opusieron a la propuesta presentada por Sudáfrica e India. Para febrero de 2021, se habían suministrado 200 millones de vacunas, pero el 75% de ellas se dieron en sólo 10 países ricos. Fuera de ese esquema meritocrático quedaron 130 países, en el que viven más de 2500 millones de personas que se mantuvieron sin la posibilidad de vacunarse. Ante la necesidad de una respuesta global frente a una pandemia, los poderosos optaron por un “apartheid de vacunas”. Ni siquiera en ese abismo al que se asomó la humanidad pudieron cambiar, las empresas se aferraron al interés particular por encima de la gran mayoría relegada en África y algunos países sudamericanos.

Resulta oportuno considerar las dos objeciones que Sandel hace a los mercados sobre lo que el dinero puede y no puede comprar: “la objeción referente a la justicia encierra la pregunta por la desigualdad que las operaciones del mercado pueden reflejar; y la objeción referente a la corrupción encierra la pregunta por las actitudes y las normas que las relaciones mercantiles pueden dañar o disolver” (Sandel, 2013, p. 13-14). El autor es muy crítico de ciertas prácticas comerciales como la trata de personas, compra de residuos radioactivos, traslado de refugiados, tráfico de órganos. Luego sostiene que “conforme los mercados se extienden a esferas de la vida tradicionalmente regidas por normas no mercantiles, la idea de que los mercados no tocan o no contaminan los bienes que en ellos se intercambian se torna cada vez menos plausible” (Sandel, 2013, p.15). En su libro La tiranía del mérito, reconoce a la meritocracia como una especie de sistema avasallador que beneficia a unos pocos privilegiados y perjudica a la gran mayoría, pero que sus efectos terminan dañando finalmente a todos por igual, pues en ese recorrido se corroen los vínculos morales, políticos y sociales claves para una sana convivencia. Pero lo peor es que pone en riesgo el bien común agigantando las desigualdades. Sandel afirma que “la movilidad social es uno de los estandartes de la meritocracia: no se trata de buscar la igualdad social, sino de ofrecer ayuda a las personas más capacitadas de manera que puedan competir de forma más equitativa para alcanzar los escalones más altos” (Sandel, 2020, 126).

En este sentido, se cree que hay igualdad de oportunidades para competir, pero al estar los más capacitados en las universidades la meritocracia se convierte en tecnocrática, centrando su discurso en los intereses económicos en detrimento de temas morales relevantes para la vida en comunidad. Por ello, el “ideal meritocrático no es un remedio contra la desigualdad, es, más bien, una justificación de esta” (Sandel, 2020, p.185). Así, la meritocracia debilita el camino hacia el bien común.

Notas

1. Kymlicka, Will (1995) Filosofía política contemporánea. Una introducción. Barcelona: Editorial Ariel, Cap. 4: Libertarismo.

2; 3; 4. Ibid, p. 2.

5. Ibid, p. 34-35

Bibliografía

Hayek, Friedrich (1960/2019). Los fundamentos de la libertad. Madrid: Unión Editorial, cap. 6, apartados 6, 7 y 8, pp. 205-217

Young, Iris M. (2000). La justicia y la política de la diferencia. Madrid: Cátedra, cap. 7: “El mito del mérito”, pp. 323-346

Satz, Debra (2015). Por qué algunas cosas no deberían estar en venta. Los límites morales del mercado. Buenos Aires: Siglo XXI, cap. 4: “Mercados nocivos”, pp. 125-153.

Sandel, Michael (2013). Lo que el dinero no puede comprar. Buenos Aires: Debate, cap. 3, “De qué manera los mercados desplazan la moral”.

Kymlicka, Will (1995) Filosofía política contemporánea. Una introducción. Barcelona: Editorial Ariel, Cap. 4: Libertarismo.

Dubet, Franҫois (2011). Repensar la justicia social. Contra el mito de la igualdad de
oportunidades. Trad. De Alfredo Grieco y Bavio. Buenos Aires: Siglo XXI, pp. 11-26; pp. 73-87; pp. 95-118.

Nozick. Robert (1988). Anarquía, Estado y utopía. México: FCE, pp. 230-233: “Igualdad de oportunidad”-

Walzer, Michael (1993). Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la
igualdad. México: FCE.

Sandel, Michael (2020) La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? Barcelona: Debate.

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