Filosofía política

Un diálogo entre los análisis de Lefort y Arendt sobre el totalitarismo

Por Walter Calabrese*

En este trabajo se intentará rastrear las afinidades y distancias que aparecen en el pensamiento de Hannah Arendt y Claude Lefort, en las interpretaciones que hacen del totalitarismo, sus concepciones sobre el papel de la modernidad en su irrupción y cómo se comprometen con el tema de los derechos humanos.

Claude Lefort, en el artículo Pensando con y contra Hannah Arendt, publicado en la Universidad Johns Hopkins, en 2002, propone algunas observaciones críticas sobre la concepción del sistema totalitario presentado en la obra Los orígenes del totalitarismo. En primer término, el filósofo francés disiente con Arendt cuando afirma que el terror masivo es el principal criterio del totalitarismo. No obstante, la descripción que hace Arendt de un nuevo tipo de régimen que no tenía ningún precedente en la historia, es advertida por Lefort como una visión profunda de los fenómenos de masas del nazismo y el stalinismo. Sugiere, además, que la autora alemana, luego nacionalizada norteamericana, saca a la luz una característica esencial de los sistemas totalitarios, al percibir en él una dominación desde adentro.

Lefort afirma que “el totalitarismo nunca se contenta con gobernar por medios externos, es decir, a través del estado y una maquinaria de violencia (…) Gracias a su ideología peculiar y al dominio asignado a la ideología en el aparato de coerción, el totalitarismo ha descubierto un medio de dominación y terror”. (1)  Por ello, se pregunta cómo se puede ejercer la dominación desde dentro, y lo responde concediéndole a la propaganda un lugar vital en ese desarrollo, a diferencia de Arendt que minimiza su papel en su mirada sobre el rol en el totalitarismo. Hannah pensaba que la propaganda estaba dirigida a audiencias extranjeras y que las masas no tomaban literalmente los discursos de sus líderes. En cambio, consideraba que el adoctrinamiento dirigido a la élite fue más contundente y eficaz, aunque esto no demostraba la adhesión de las masas al régimen. Arendt afirmaba que el objetivo del autoritarismo no es la persuasión, sino la organización para mantener unida a la gente. En este sentido, el orden era impuesto desde el terror y el miedo, consideraba a los campos de concentración nazi y stalinista como la misma representación del objetivo único que distinguía al totalitarismo: la dominación absoluta sobre todos ámbitos de la vida humana. El campo de concentración, para Arendt, constituye la institución central del poder totalitario, será el sitio conceptual al interior del cual se logra la dominación total. Eran campos de exterminio que servían para la eliminación y humillación de personas, con el fin de demostrar que los seres humanos pueden ser dominados totalmente cuando se aniquila la identidad, la pluralidad y la espontaneidad.

Es importante remarcar que Arendt ha sido una de las mayores influencias en Lefort al momento de pensar un punto de partida y los límites para pensar lo político. El autor francés afirma que Hannah Arendt fue una de las pensadoras que abrieron el camino, pero que, en su intento, comete fallas en la asignación de límites arbitrarios entre qué es político y qué no lo es. Más allá de las diferencias conceptuales, Lefort aclaró en reiteradas ocasiones que se siente muy próximo al pensamiento de la autora alemana, destacando que los senderos que había explorado -en medio de un acontecimiento inédito que explotó en el corazón de Europa en el siglo XX- le permitieron construir su pensamiento sobre el totalitarismo. Con ella, comparte “la sensibilidad para pensar a partir de los eventos; la comprensión de que el pensamiento nace de la experiencia, que solo manteniéndose vinculado a ella podemos encontrar indicadores para comprender el presente, que el carácter sin precedentes del totalitarismo nos obliga, justamente, a repensar lo político”. (2)  Desde fines de la década del ’70, Lefort se conecta con la obra arendtiana, a quien cita por primera vez en 1979 en La imagen del cuerpo y el totalitarismo. A partir de allí, la figura de Arendt aparece de distintas formas en su producción filosófica, en la cual le dedica obras completas o citas parciales. En particular, hace referencia a Los orígenes del totalitarismo, experiencia que lo condujo a repensar lo político,pero también se encuentran pasajes de La condición humana, Sobre pasado y futuro y Entre pasado y futuro.

En el recorrido del pensamiento de Claude Lefort, es preciso recordar sus inicios con Castoriadis cuando fundan la célebre revista Socialisme et Barbarie en 1947, un espacio literario que permitió el debate desde la izquierda radical, trayecto que luego le permite concretar una crítica contundente del totalitarismo stalinista. Ese fue el punto de partida del abandono de las posiciones revolucionarias, al tiempo que inicia un sólido proceso de revaloración de la democracia como forma de interrogación de lo político. Sus principales conclusiones sobre el totalitarismo estalinista se publicaron en 1981 en un trabajo titulado L’Invention démocratique, una selección de artículos escritos entre 1957 y 1980. En estos años, Lefort era un destacado profesor de la escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales, en París, considerado ya un nuevo teórico de la democracia y muy buscado por investigadores latinoamericanos que anhelaban encontrar nuevas claves interpretativas de lo sucedido en el continente con las dictaduras. Sus escritos sobre la crítica de ciertas modalidades de los embates revolucionarios, la luz que trajo sobre los resortes que movilizaban a las masas en los totalitarismos, su reflexión sobre los alcances de la ideología, los mecanismos de la experiencia democrática y la responsabilidad para difundir la lógica de los derechos humanos, son nociones que nos permiten pensar tanto los sucesos políticos contemporáneos como lo acontecido en el siglo XX.

Entre esos investigadores y exiliados latinoamericanos que se acercaban a Lefort se encuentra Claudia Hilb, quien actualmente es investigadora del CONICET. En 1980 asiste a un seminario dictado por Lefort buscando repensar las experiencias argentinas y latinoamericanas bajo las dictaduras de los años ’70. Esa cercanía con el autor francés, a quien frecuenta por siete años, le permite establecer criterios claros sobre el totalitarismo, de hecho, afirma que Lefort establece un interesante diálogo con Arendt a lo largo de su obra, quien lo estimula a pensar sus continuidades y diferencias con ella. Luego, en su regreso a la Argentina, Hilb escribe en 2016 Abismos de la modernidad: reflexiones en torno a Hannah Arendt, Claude Lefort y Leo Strauss. En esta obra, la autora considera que uno de los rasgos que caracteriza a la Modernidad es haber confrontado a los hombres con la pregunta acerca del sentido de su existencia y del fundamento de su libertad. En ese devenir de las relaciones humanas, aparece la imposibilidad de apelar a una instancia trascendente como en el Antiguo Régimen, ya no está Dios o la naturaleza para poder justificar el orden y la autoridad, solo irrumpía el lugar vacío que la democracia donaba para que ese lugar no tuviera dueño (aquí Hilb está siguiendo fielmente la tesis de Lefort). Así, la fundamentación de la ley queda subordinada exclusivamente a los criterios puramente humanos. Pero ese contexto trae consigo una carencia, ya no existe una fuente absoluta que le permita a las personas diferenciar el bien del mal, lo legítimo de lo ilegítimo, lo justo de lo injusto, lo que trajo aparejado una incapacidad para juzgar políticamente y poder distinguir regímenes de opresión de los que buscan cuidar las libertades individuales. Estas consideraciones dibujan la idea central que propone Claudia Hilb para analizar el pensamiento político de Hannah Arendt y Claude Lefort.

Hilb señala que “la ruptura moderna coloca a Arendt frente al desafío de comprender aquello para lo cual nuestra tradición no posee concepto”. (3) Esto implica el reto de pensar cómo fue posible el advenimiento del totalitarismo, como también interrogarse sobre la capacidad humana de juzgar. Además, estudia la ácida relación entre violencia y política, que para Arendt es una forma de acción. Por ello afirma que “la violencia emerge en la época moderna como la última manifestación -políticamente estéril- de la más alta de las capacidades humanas: la acción”. (4) Hilb refleja, entonces, que la postura de Arendt ante el abismo de la Modernidad es plural: nos posiciona frente lo más oscuro del ser humano e insinúa las posibles oportunidades para la acción.

Cuando la autora argentina habla de Lefort, destaca su exigencia de pensar con audacia y lo ubica como “un pensador que nos invita a no renunciar a nuestra capacidad de juicio y a la pretensión de distinguir el bien del mal”. (5) Los artículos del libro se articulan en torno a un mismo interrogante: “¿cómo podemos juzgar políticamente cuando ya no disponemos de una vara de medida que nos permita discriminar lo justo de lo injusto?”. (6) La autora intenta responder esa pregunta retomando el diálogo de estos pensadores, y concluye que a pesar de las diferencias y similitudes que existen entre ellos, la Modernidad nos invita a tomar riesgos en la audacia de pensar el siglo XX.

Para conectar con lo antedicho por Claudia Hilb, es oportuno analizar el artículo Negarse a pensar el totalitarismo, escrito por Claude Lefort. Afirma en el mismo que el totalitarismo es un fenómeno propio del mundo moderno, puesto que sus mecanismos de control se derivan de desarrollos tecnológicos incorporados en la revolución industrial y de métodos de movilización de masas que no son ajenas a la revolución democrática. Sin embargo, durante el siglo XIX nace la sensibilidad hacia este tipo de dominación que permanece invisible para quienes la padecen a diario. Su acción se manifiesta principalmente en una inhibición del pensamiento, al punto de estimular una voluntad de no pensar que evoca la idea de servidumbre voluntaria. Así, los regímenes totalitarios como el comunismo no solo obtienen la participación activa de la población, sino que movilizan a los intelectuales en esta negación a pensar. 

Lefort cree que, aunque “el concepto de totalitarismo ya no alimenta las pasiones políticas, (…) afortunadamente, la obra de Hannah Arendt goza de un interés creciente”. (7) Esta afirmación confirma las afinidades que la acercan a la filósofa alemana.

Por otro lado, la interpretación del fenómeno comunista en la URSS empujó a Lefort a formularse esta pregunta: “¿acaso no hay una negación persistente a pensar el totalitarismo?” (8) Cuando dice pensar se refiere a enfrentar aquello que, como afirmaba Arendt, no tiene precedentes y se imprime a partir de ese momento en nuestra experiencia del mundo.

El filósofo francés comprende que desde hace un tiempo venimos hablando del deber de memoria, esto es, cuando se implora no olvidar los crímenes contra la humanidad, esperando que ese recuerdo nos mantenga a salvo de volver a reproducir las catástrofes humanas del pasado. Para Lefort, lo que debemos considerar prioritario es cómo se conformó el fenómeno social de renunciar a pensar, condición que resultó esencial para la consolidación de los autoritarismos, características que se dio tanto en el nazismo como en el comunismo soviético. El autor cuestiona a la sociedad, que permitió la aparición de un nuevo tipo de poder encarnado en el Estado-partido, aunque los resultados no sorprenden a la luz del aparato de dominación con que contaban los dirigentes totalitarios para apagar la libertad de expresión y pensamiento. No obstante, es oportuno pensar que el aparato burocrático y propagandístico de dominación no es consustancial con la conformación social y que hay una tolerancia de la sociedad a ese tipo de operaciones. Aquí es donde radica un aspecto interesante que es planteado por la pregunta lefortiana.

Lefort destaca que Hannah Arendt se acerca a un punto crucial cuando describe una dominación que no solo se ejerce desde el exterior, sino desde el interior, y lo explica recurriendo a la creencia en una ley de la historia o de la naturaleza, concebida como ley de movimiento, donde la sujeción a una ideología se concibe como “lógica de una idea y a la inclusión de los ciudadanos en el proceso general” (9) Lefort descubre en ello una conclusión: la inhibición del pensamiento. Afirma que ese renunciamiento a pensar es una consecuencia directa de lo acontecido en la Revolución Francesa, que había alentado nuevas esperanzas de cambio con libertades políticas, civiles e individuales, pero que luego fueron sustituidas por la dictadura terrorista de un gobierno que invocaba la doctrina de la salvación pública y que culmina con la dictadura bonapartista. Es cuando Lefort se vuelve a preguntar cómo se pasó de la libertad a la servidumbre. Su respuesta es contundente, concluye que el miedo provoca el renunciamiento a pensar. Además, considera otro miedo, el de perder la seguridad psíquica que provee la pertenencia a un colectivo. Las purgas de Stalin, los campos de concentración, las cámaras de gas, la persecución de quienes no cuadraban dentro de la raza aria, todos ellos, son instrumentos para instaurar el miedo.

La pregunta que surge desde el sentido común es si en ese tenebroso escenario era posible pensar en disentir con lo establecido por una maquinaria de guerra monstruosa. Hay que considerar que el miedo también funciona como un mecanismo de defensa para asegurar la supervivencia en casos de extremo peligro.

Lo fabuloso de Hannah Arendt es que pudo rebelarse ante la obscena persecución que había padecido cuando pudo escapar de un campo de concentración Francia. Su entereza intelectual selló su obra para ser tenida en cuenta por historiadores, sociólogos y filósofos. No dudó en alejarse de Heidegger cuando se unió al nacionalsocialismo, tampoco tuvo dudas en ayudar a Walter Benjamin cuando no era un autor conocido. Ella sí pudo pensar a pesar de lo vivido, pudo superar la tragedia de vivir con miedo. Arendt comenzó a estudiar el mal como problema político en 1951, cuando escribe el libro Los orígenes del totalitarismo, obra con la que adquiere reputación como pensadora de las Ciencias Políticas. En la obra reconoce las acciones perpetradas por Hitler y Stalin, quienes más allá de sus diferencias ideológicas basaron su poder en el empleo del terror y la ficción ideológica, con una grosera manipulación de la legalidad. En este sentido, Arendt identifica como la ley se convierte en una herramienta para los Estados totalitarios, quienes manipulan la legalidad para alcanzar sus objetivos, no se apartan del derecho, puesto que el totalitarismo necesita crear sus propias leyes para gobernar sin obstáculos. Al respecto, Yves Ternon, en su libro El Estado Criminal. Los genocidios en el siglo XX, afirma que “una ley que ha redefinido vaciándola de sus reglas del bien y del mal fundamentadas en la conducta individual, la ley deja de ser un marco estable: es la expresión del movimiento y es utilizada para fabricar al hombre nuevo y sacrificar a tal fin las partes del todo”. (10) El tema de la progresiva y constante limitación de las libertades fundamentales a través de la manipulación de la ley, junto a la violencia y el terror, fueron analizados por Arendt en su obra, quien define los siguientes elementos comunes que aparecen en un gobierno totalitario:

. Concentración del poder en un líder.

. Sustitución del sistema de partidos por un movimiento de masas.

. La progresiva abolición de las libertades y derechos de la persona.

. El desplazamiento constante del centro de poder.

. La coexistencia del poder real y el ostensible.

. Uso de la propaganda y del sistema educativo para adoctrinar.

. Supervisión centralizada de la economía.

. La utilización del derecho a través de la manipulación de la legalidad para el logro de objetivos del partido.

Sin duda alguna, los Estados totalitarios desafían el derecho positivo, por ello Arendt acuñó el término ilegalidad totalitaria, artimaña con la que pretendían hallar el camino para establecer su justicia en la tierra, algo que hubiera sido imposible lograr desde la legalidad dentro del derecho positivo. Tanto en el nazismo como en la URSS de Stalin se promulgaron nuevas leyes para ampliar sus dominios sobre la sociedad, valiéndose del terror para la ejecución efectiva de esas leyes. Arendt dirá que “la destrucción de los derechos del hombre, la muerte en el nombre de la personalidad jurídica, es un prerrequisito para dominarle enteramente”. (11)

Tanto Arendt como Lefort han contribuido a desgranar las filosas aristas que propuso el totalitarismo alemán y soviético, sus estudios nos ayudan a repensar la tragedia del Holocausto, del terror institucionalizado, de la manipulación de las masas y del inexplicable hecho de dejar de pensar el totalitarismo. Sus escritos nos recuerdan que la Modernidad había propiciado el pluralismo de las formas de vida, con una concepción del poder y la legitimidad claros. Lamentablemente, el totalitarismo irrumpió para barrer con esos logros, cancelando la heterogeneidad de opiniones y creencias, censurando y expulsando a quienes piensan distinto.

Por otra parte, podemos suponer que las leyes de la Psicología de masas tienen una materia pendiente: poder explicar por qué millones de seres humanos se permitieron a sí mismos marchar sin resistencia hacia las cámaras de gas. No hay duda que la destrucción de la individualidad por medio del terror paraliza y que de ello solo puede emerger el miedo, pero queda el sabor amargo de no haber podido edificar una rebelión contra el totalitarismo allí mismo donde iba creciendo.

Notas

1. Lefort, Claude (2002) “Pensando con y contra Hannah Arendt”. Investigación social. Prensa Universidad John Hopkins. p.448.

2. Claude Lefort, “Hannah Arendt y la cuestión de lo político”, en Fina Birulés (comp.), Hannah Arendt. El orgullo de pensar, Gedisa, Barcelona, 2000, p. 133.

3. Hilb, Claudia, Abismos de la modernidad: reflexiones en torno a Hannah Arendt, Claude Lefort y Leo Strauss, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2016. p.12.

4. Ibid. p. 36.

5. Ibid. p. 217.

6. Ibid. p. 251.

7. Lefort, C. (2007). Negarse a pensar el totalitarismo. Estudios Sociológicos, 25 (74), 297-308. Retrieved August 29, 2021, Recuperado de http://www.jstor.org/stable/40421087

8. Ibid.

9. Arendt, Hannah, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Grupo Santillana de Ediciones, 1998. p. 605.

10. Ternon, Yves. El estado Criminal. Los genocidios en el siglo XX (trad. Cast. de Rivera, Rodrigo) Barcelona, 1995, p.73.

11. Arendt, Hannah, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Grupo Santillana de Ediciones, 1998. p. 547.

*Analista Político

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *