Opinión

Pasión por el periodismo

Por Walter Calabrese *

Desde aquel ilustre día en que Mariano Moreno fundó la Gazeta de Buenos Aires hasta nuestros días el periodismo ha adquirido diversas figuras, algunas maniatadas por la fuerza del poder, otras abrazadas al grito rebelde que buscaba alivio en la liberación. Rodolfo Walsh, sin duda, encarnó en la Argentina ese espacio valiente para levantar la voz en medio de los peligrosos silencios que aparecen cuando la barbarie asoma con fiereza. Su pasión pudo más que lo miedos y el supuesto sentido común que debe gobernar nuestros arrebatos en momentos difíciles.

El periodismo es pasión, es tener siempre ganas de saber más para llevar luz donde no la hay. Es una fuerza inexplicable que nos empuja a zambullirnos en las aguas más turbulentas para bucear en el lodo que va dejando la corrupción y revisar los rincones fabricados por la impunidad para esconder la mano y la piedra.

Para entender la prensa que pasa frente a nuestros ojos cada jornada necesitamos repasar los caminos paralelos del poder que acompañan cada relato y que circunscriben cada historia en un andarivel ideológico que lo concibe y a la vez lo limita. A fuerza de empujar la maquinaria comunicacional que intenta influir en la opinión pública se retuercen lazos que pueden dañar la rigurosidad en el manejo de la información. En esa puja permanente entre aplausos y críticas al gobierno se corre el riesgo de olvidarnos de las audiencias.

Cuando pensamos cada palabra que vamos a escribir imaginamos al lector. Por eso, no podemos correr el riesgo de perderle de vista, porque escribimos para la gente que busca comprender cómo se transitan los complejos pasillos del poder.

Hace unos años, el periodista Sietecase se plantó con atrevimiento en la entrega de los premios Martín Fierro e intentó darnos alguna pista de cómo está la profesión hoy. Habló de que es un tiempo complejo para hacer periodismo, que debemos enfrentarnos al poder económico, virtual titiritero de los hilos que maneja el poder mediático. Claro que en ese paisaje está incluido el edificio que construye la política con sus extensos brazos, esos que alcanzan a tocar los lugares menos pensados.

En ese contexto, los periodistas debemos movernos como equilibristas para no caer en el vacío o, peor aún, quedar atrapados por las telarañas institucionalizadas que nos envuelven por la necesidad de un sueldo. Anhelamos un periodismo autónomo, pero sabemos que esa utopía sólo se plasma en Internet, ese espacio democratizador que nos permite diseñar nuestro medio sin tener ningún compromiso con nadie.

Por el contrario, el periodismo realizado por los amigos del poder económico contradice cada día la esencia de la profesión. Al respecto, en 2017, quien era director del Consultorio Ético de la Fundación Nuevo Periodismo, Javier Darío Restrepo, sostenía en una charla que tuvo para el Correo del Caroní que el periodismo “no es sólo entregar noticias: es un servicio público, que se presta y que es indispensable para crear libertad”. También afirmaba que “nosotros proporcionamos esa información para que la gente pueda tomar decisiones y ser libre. Cuando no tienen conocimiento y deciden sin conocimiento, la gente comienza a ser manipulada”. Lo que trata de decirnos este prestigioso periodista colombiano es que no debemos perder de vista que “somos prestadores de un servicio público”.

  “A veces se cambian las prioridades y ‘vamos a dar información para que nos paguen  y tener plata’. No. La prioridad es otra: vamos a tener plata para dar una buena información. La gestión económica de la empresa está subordinada al bien principal: dar información”.

                                                                               Javier Darío Restrepo

Los grandes medios de comunicación, unas veces se someten al poder político-financiero, puesto que necesitan anunciantes y quienes financien sus proyectos editoriales. En otras ocasiones, por el contrario, marcan agenda y establecen las reglas de juego (en época electoral queda bien claro), y allí cambia la ecuación, el poder político-económico los necesita para blindar a un candidato o para hacerlo más visible, o para realizar operaciones de prensa que ensucien al rival. En todo caso son socios del poder, se necesitan mutuamente, como lo fueron con Papel Prensa.

Por ese andarivel gris y sinuoso circulan algunos medios habituados a ser socios del poder económico. Con descaro y sin inmutarse ante el público, van anestesiando la verdad con fines pequeños y mezquinos. Para peor, aderezan esas construcciones defectuosas de la noticia con dosis inexplicables de fanatismo ideológico. Como hábiles prestidigitadores de la grieta alimentan el odio y teorías palaciegas infundadas, inspirados en remordimientos “conspiranoicos”. Para observar esa manera de entender el periodismo basta con leer el diario La Nación. Los editores de este diario, tal vez, no han comprendido aún que el fanatismo es una guerra mental perdida, porque sus argumentos tienen base en el odio hacia quien piensa distinto. Y como en toda guerra, la primera víctima es la verdad.

El fanatismo ideológico se filtró en las redacciones de algunos medios, lo que permitió que muchos periodistas y editores, en una extraña vuelta del destino, se creyeran voceros del establishment, cuando en realidad eran simples esclavos del poder económico y empresarial. Como vasallos obedientes comenzaron a editorializar cada noticia, arrojando opiniones por doquier sin cerciorarse de la veracidad de las fuentes ni del origen de dichas manchas difamatorias. En ese sentido, La Nación refleja nítidamente ese aciago recorrido que deja mal parado al periodismo. El fanatismo antiperonista que mana de sus páginas torna tediosa su lectura, cada columna es un editorial que intentar ensuciar al gobierno, cada afrenta sin fundamento que publican parece reflejar turbias operaciones políticas, todo sin dar datos fehacientes que puedan respaldar esas falacias. Sin duda, perdieron de vista al lector. También extraviaron la brújula que les podía orientar sobre el verdadero sentido de lo que es hacer periodismo. Si se mantienen alimentando la grieta no entendieron que hoy la ciudadanía busca nuevos consensos en medio de la pandemia. Vaya paradoja, luego de cuestionarlo, ahora ellos mismos hacen un periodismo militante que roza lo antidemocrático. No pueden divisar que arrastrar a los lectores en una interminable espiral de odio no permite espacios para el diálogo.

“El principal reto para un periodista está en lograr la excelencia en su calidad profesional y contenido ético (…) El periodista tiene el mismo objeto que siempre: informar. Hacer bien su trabajo para que el lector pueda entender el mundo que lo rodea, para enterarlo, para educarlo”.

                                                                           Ryszard Kapuscinski

Si le tuviera que decir algo a los lectores de hoy sería que lean a gente que apuesta por la democracia y que chequea fuentes antes de publicar algo. El buen periodismo siempre está basado en una cultura de la verificación. Sin ella, la información pierde credibilidad. La mayor contienda que se libra hoy en todos los ámbitos es la de ser creíble, y para serlo el periodista tiene que obrar como sujeto ético, es decir, que su trabajo sea el resultado del rigor técnico y la responsabilidad social, sabiendo que la información es un bien público. Los medios que respetan su manual de estilo y ética, con políticas muy precisas de correcciones, alcanzan mayor credibilidad antes sus audiencias.

 “El periodismo que no rinde cuentas no es más que entretenimiento. Se podría argumentar que no es ni siquiera periodismo”, sostiene la política de la BBC para hacer periodismo responsable.

Ejercer el periodismo requiere cierto compromiso en el manejo de la información para que adquiera carácter en una voz cercana y a la vez rigurosa. Las palabras pueden golpear duro para sembrar conciencias y despertar del letargo a una ciudadanía que permanece distraída con la espectacularización de la imagen, pensando que ya nadie tiene nada importante que decir. Es tiempo de pensar que se puede ser creíble si usamos las palabras con responsabilidad, coherencia y sentido común.
Un texto, cuando adquiere autoridad en su credibilidad y estilo, puede proponer un tiempo para repensar la realidad y rescatar a la palabra de su lucha con el mundo de la imagen. El periodismo puede ser un bisturí para desmenuzar la realidad, un martillo para romper estructuras, una semilla que, bien sembrada, puede dar frutos inesperados.

“La capacidad de análisis de un periodista debe ser moldeable sólo por los acontecimientos, nunca por prejuicios”.

Bob Woodward

En el actual contexto, las asimetrías sociales sólo pueden diluirse con la solidaridad y el respeto, y aquí el periodismo puede contribuir siendo un servicio público que brinde información confiable. La pandemia ha desnudado falencias y carencias en muchos ámbitos, y el periodismo no ha quedado exento, hoy muestra una nueva crisis de credibilidad en algunos multimedios.

A las realidades complejas, sólo se las desenmascara con más periodismo, con mejores investigaciones y calidad informativa. Es posible lograrlo, estamos a tiempo.
Sigamos batallando en esta noble profesión defendiendo la libertad de expresión. La palabra es nuestra mejor aliada, no dejemos que sea anestesiada por el poder del establishment.

Ser periodista es vivir cada día el desafío de brindar veracidad, firmeza de convicciones y honestidad en las palabras, pese a todo.

Feliz Día del Periodista para todos los colegas que luchan, sufren y pelean por dignificar cada día esta bendita profesión.

*Periodista / Analista Internacional

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