Aguafuertes en el desierto

El aguafuerte, un relato breve y potente

Por Walter Calabrese

Cuando elegimos escribir se intenta encontrar un enfoque que pueda resolver favorablemente esa narrativa. Se escribe para contar historias, para dar cuenta de cómo vivimos una época o de cómo circulan ciertos personajes en ella. El género que mejor admite esa dinámica es el aguafuerte, que va “a un costado de la crónica, el ensayo, la investigación y de todo relato de los hechos (…) el aguafuerte es un género breve pero potente, más denso que la viñeta y más ligero que la nota de opinión”, sugiere el Profesor Osvaldo Baigorria, quien dicta un taller de escritura de aguafuertes.

En las aguafuertes se aplica una dimensión particular para representar en palabras el ambiente, detalles de personajes y situaciones cercanas, contar el clima de época o recrear la atmósfera de una tensa relación política. El aguafuerte puede aparecer en cualquier lugar y circunstancia “gracias a su propia ambigüedad genérica, dentro o al margen de otros textos, en las fisuras entre paisajes narrativos e informativos, siempre asociadas tanto a las grandes tradiciones literarias como a la publicación periódica y urgente”, afirma Baigorria.

Tal vez, quien mejor pudo interpretar el aguafuerte fue Roberto Arlt, quien con su particular estilo escribió las Aguafuertes porteñas en el diario El Mundo entre 1928 y 1933, una columna diaria en donde retrató la Argentina de la inmigración, la desigualdad y las dificultades socioculturales. Con un tono costumbrista describía los personajes típicos de la ciudad, con sus oficios y tipos sociales, como el estafador, el vago, el mantenido, la joven en edad de casarse, el ladrón de poca monta. Recreaba con ello el clima de época con sus personajes provenientes de una realidad compleja y opresiva.

Arlt poseía una visión crítica de la realidad. En sus palabras, no se limitaba a tener una vida contemplativa sino que hacía observaciones críticas sobre todo aquello que lo rodeaba. Cada relato era una pincelada atrevida de la vida cotidiana que llevaban los porteños en la década del 30 en el siglo pasado. Es preciso recordar que nuestro país padeció un largo período de convulsiones políticas entre 1930 y 1943, donde las crisis económicas derivaban en padecimientos sociales.

La mirada severa, curiosa y desenfada de Arlt permitió describir el rústico paisaje vivido durante la Década Infame, años de hambre, pobreza y tristeza. Pero también, en esos tiempos había crecido la desconfianza en la clase dirigente y en quienes tenían poder económico. Ante ello, Arlt supo mostrar como el ingenio del porteño se imponía para arreglársela como podía y seguir luchando.

Margarita Pierini, escribe en el prólogo del libro Viajero de cercanías, un libro que reúne 80 aguafuertes menos conocidas. Allí afirma que Arlt “es poco afecto a describir sitios pintorescos, se detiene y complace en representar paisajes humanos”.

Las aguafuertes de Arlt siguen siendo un punto de referencia para comprender por qué somos hijos de nuestra época, tal vez por ello sus relatos siguen teniendo vigencia. Esto se puede adjudicar a su capacidad para atrapar y obligar a seguir leyendo sus irreverentes y acertadas descripciones de la sociedad porteña con su particular ojo periodístico.

Las aguafuertes en el desierto

La propuesta que imagino surge de una idea, la de rescatar ese espíritu crítico que tenía Arlt y resignificar esa vitalidad deslumbrante para describir su época. En este sentido, partimos de una referencia, que la conducta humana siempre ha mantenido sus complejidades, con reincidencias, malas copias y entuertos varios que se repiten, porque el presente siempre arrastra algún desecho o logro del pasado. Por ello, los tópicos reaparecen como hormigas ante las migas de pan, circulan ciertos arquetipos, personajes y escenografías que siguen recreándose infinitamente. Acaso la crueldad, la viveza criolla o la opresión de los menos favorecidos ha desaparecido. De ninguna manera, la historia de la conducta humana ha sido ampliamente reflejada por la literatura desde los griegos hasta el periodismo de Arlt, Walsh, Tomás Eloy Martínez, entre otros.

El límite entre ficción y realidad siempre ha sido difuso, pues el ser humano transita entre lo imprevisible y lo conocido. Literatura y periodismo han caminado juntos, encimándose, otras veces hibridados en un alianza complementaria, pero siempre arrojando luz sobre el mundo que nos rodea.

Por ello el aguafuerte es una narración que nos interpela a partir de lo cotidiano y del tiempo que nos toca vivir, porque también permite explicar y clarificar las tensiones sociopolíticas desde la contundencia de la brevedad, desde el cross a la mandíbula, como señalaba Arlt.

Y se preguntará usted por qué el desierto.

Para los cristianos el desierto es un tiempo para la reflexión en donde Dios nos invita a crecer espiritualmente. También es un momento de prueba, en donde desarrollamos nuestro carácter en un espacio apartado, en silencio, para poder escuchar la voz de Dios y ser guiado.

En la Biblia, en Oseas 2:14, nos indica el sentido del desierto: “Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón.”

El simbolismo del desierto en la Biblia refiere principalmente a los cuarenta días que Jesús pasa en ese lugar haciendo penitencia y también al tiempo que transita el pueblo de Israel luego de salir de Egipto. En ambas situaciones, el desierto es el escenario elegido por Dios para un tiempo de prueba.

¿Qué sería hoy el desierto en pleno Siglo XXI?

Para Dios no existen los siglos, por lo cual el desierto sigue siendo un lugar de prueba, de reflexión, de alejarse de los ruidos y el correr todo el tiempo para tapar lo que no quiero ver. Si me empacho de imágenes todo el tiempo con el celular no queda espacio para el silencio reflexivo, ni para el debate, ni para la lectura de un buen libro.

Las aguafuertes en el desierto proponen entonces un espacio apartado para la reflexión de lo que nos acontece diariamente. Es un pequeño tiempo para pensarnos y entender cómo se configura el poder en este clima de época tan particular, en donde la crisis de representación política se engulló a los partidos políticos, dando lugar a outsider y peregrinos del sinsentido.

Necesitamos espabilarnos para sacudirnos la modorra, despertemos, paremos la pelota para pensarnos, nos quieren llevar con relatos mesiánicos fantásticos a una tierra que no existe. Necesitamos defender nuestros valores y tradiciones que constituyen el ser argentino. No es el individualismo lo que nos llevará a la tierra prometida, es el espíritu solidario que tanto ha destacado a nuestro pueblo, que abrazó al inmigrante con respeto y lo integró a la sociedad. Rescatemos nuestras benditas costumbres, el asado con amigos, los ravioles del domingo en familia, los colores de la camiseta, el debate en el café de la facultad, sentarse en la puerta a tomar mate con los vecinos, abrazarnos con cualquiera ante un gol de la selección… Esa es nuestra esencia, la argentinidad bien entendida empieza por allí, con el otro, no contra el que piensa distinto.

Muchachos, es tiempo de enfrentar los discursos de odio con inteligencia y paciencia, porque sólo con respeto podremos eliminar lo incoherente. Un proverbio dice que la mentira se escribe sobre la arena, viene el viento y la quita, pero la verdad queda inscripta y sellada sobre mármol. La verdad se conquista haciendo lo correcto, pues es el único camino para mantenernos a flote frente a la avaricia de los poderosos que se infiltraron en el poder.

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